Un escorpión quería cruzar un río para lo cual pidió a una ranita que lo llevase a su espalda. Esta se negó: “si lo hago me picarías”. Pero el escorpión argumentó: “no lo haré, ten presente que si te picara ambos nos hundiríamos y moriría yo también”.
A la rana la pareció una explicación suficiente así que el escorpión se subió a su espalda y empezó a nadar. Al llegar al medio del río, el escorpión clavó su aguijón a la rana. Cuando se hundían pregunto: “¿por qué lo has hecho, vamos a morir los dos?”, a lo que el escorpión contestó: “lo siento, pero es mi naturaleza”.
Todos tenemos una naturaleza profunda a la que es imposible traicionar o eludir. El escorpión picó a la rana a pesar de que sabía que le acarrearía la muerte, porque esa era su naturaleza: no podía evitarlo. Todos nosotros tenemos una naturaleza divina, estelar, trascendente-como queramos llamarla-que va más allá de nuestra existencia orgánica.
Y antes o después esa naturaleza se revelará. Tal vez pase mucho tiempo y haya que esperar a que encontremos una rana que nos ayude a cruzar el río. Pero si el río del cuento lo asimilamos a ese otro río mítico que en muchas mitologías y religiones separa el mundo de los vivos del de los muertos, y si a la rana la asimilamos con el cuerpo físico, resultará que nuestra verdadera naturaleza espiritual representada por el escorpión también se revelará cuando llegue la muerte: es inevitable.