Hace calor dentro de la Gran Pirámide. La ascensión por la galería no es especialmente penosa, salvo por el alto nivel de humedad originado por la respiración de los visitantes y la propia sudoración. Afortunadamente hay pocos turistas y no es necesario ceder el paso a los que bajan. Se oyen, alejándose, las explicaciones en inglés de un guía que acompaña a un grupo hacia la cámara de la Reina. Recorremos rápidamente la subida y llegamos a la antecámara. Unos pasos más y después de agacharnos un poco para atravesar la puerta, penetramos en la Cámara del Rey de la Gran Pirámide.
La estancia se percibe vacía, limpia, sobria, imponente, modestamente iluminada, Únicamente a la derecha, como si estuviera ahí desde el principio de los tiempos, aparece a nuestra vista el llamado “sarcófago”. Nada más. Si acaso mencionar el feo- pero necesario- ventilador ubicado frente a la puerta. Ni un adorno, ni una asimetría. Sólo piedra en un rectángulo armonioso. En la cámara, como siempre, se está bien. Cómodo y tranquilo. Pronto se olvida que encima de nuestras cabezas están suspendidas miles de toneladas de peso y que eres muy pequeño y frágil comparado con esa estructura geométrica gigantesca que desafía al tiempo.
Entra en la sala un pequeño grupo. Entre ellos hay una niña de unos 8 años. Después de echar un rápido vistazo alrededor, se dirige curiosa al “sarcófago”. Se asoma, y de súbito, pregunta en voz alta en un español con claro acento argentino: “Mamá ¿vos sabéis que tenía este cajón? No oigo la respuesta de la madre, pero supongo que le habrá dicho lo del “sarcófago”. Al fin y al cabo es lo que dicen unánimemente los guías, y los expertos, y los libros.
-Mamá ¿cómo metieron este cajón aquí si es mucho más grande que la puerta? La mamá no contesta y el guía que las acompaña carraspea.
Una señora de mediana edad también pregunta:
-¿Por qué no está esta cámara funeraria decorada con pinturas?
El guía vuelve a carraspear y contesta:
-Es que no la pintaron-
Yo, como otros, también me pregunto la razón por la que no la pintaron al igual que la de Kephren, Micerinos o Pirámide Roja y en cambio
tumbas de personajes secundarios están bella y artísticamente pintadas y decoradas.
No hay respuesta. Trato de imaginarme a miles de esclavos moviendo piedras de aquí para allá con cuerdas y tallándolas con herramientas de cobre y madera sin conocer la rueda. Dicen que algunas piedras, precisamente las más pesadas, se las trajeron de Assuan por el río, a unos ochocientos kilómetros, y luego las arrastraban sobre troncos. No se suelen ver muchos árboles por Egipto.
También nos dicen que tardaron unos veinte años en levantarla dado que Keops, el faraón que parece que mandó construirla para ser enterrado en ella, reinó 23.
El guía explica que la base abarca como 8 campos de fútbol y que se compone de unos 2.300.000 bloques de piedra algunos de más de 50 toneladas, todas ellas encajadas a la perfección. En total unos 6.000.000 de toneladas. Solo las del revestimiento sumaban 25.000 bloques de 16 toneladas cada uno y cuentan que estaban pulidas de tal modo que brillaban a la luz del fuerte sol egipcio. Nos dice que al salir nos mostrará las que aun quedan y podremos observar su ajuste milimétrico.
El guía nos sigue contando como además construyeron un poblado para vivir mientras edificaban la pirámide, que antes prepararon la explanada e hicieron una rampa gigantesca por la que arrastraban los bloques.
Oigo como uno de los componentes del grupo, asombrado, pregunta al guía sobre la perfecta orientación del edificio y la perfección arquitectónica. Me separo de ellos y no escucho la respuesta que le da.
Salgo al exterior y me siento a la sombra de una piedra. Es una más de las ciento de miles que forman la gran pirámide. La observo y pienso en aquellos hipotéticos esclavos. Giro la mirada hacia arriba y veo 143 metros de altura. Me paro a pensar: veinte años nos dan 7300 días y resulta que edificaron una construcción de 6.000.000 de toneladas. No soy nada bueno en matemáticas así que esperaré a llegar al hotel y agenciarme una calculadora para ver cuantas toneladas tenían que mover a la hora.
Intuyo que no salen las cuentas.
Por cierto, no hace mucho leí que no hay ninguna evidencia de que los egipcios tuvieran esclavos, más bien todo lo contrario.
Cae la noche y tomo té en la terraza del Mena House mientras veo como
Ra se oculta por el horizonte. El espectáculo es hermoso como los dioses.
En realidad he venido a Egipto a encontrarme con ellos; la visita a la pirámide ha sido para hacer tiempo y para disfrutar de su cualidad, que no es poco.
La primera cita la tengo con Isis esta noche.
Ya les contaré en el siguiente capítulo.