Sabio consejero

Un joven rey gobernaba a su pueblo con justicia y sobriedad. Se ocupaba del bienestar de sus súbditos y los impuestos que cobraba eran los imprescindibles para que funcionasen los asuntos de estado. En el reino había paz y prosperidad y a su lado siempre estaba su fiel y sabio consejero como lo había estado junto a su padre.
Un día el joven rey dijo en una comida al mayordomo:
– Estoy cansado de comer con estos palillos de madera, soy el rey, así que da orden al orfebre de palacio para que me haga unos de marfil y jade.
Oída esta orden, el consejero se dirigió inmediatamente al soberano.
– Majestad, os pido que me relevéis lo antes posible de mi cargo,
no puedo serviros por más tiempo.
El monarca, extrañado, preguntó cuál era el motivo de aquella repentina decisión.
– Es por los palillos, señor- respondió el consejero- Ahora habéis
pedido unos palillos de marfil y jade, mañana querréis sustituir los platos de barro por una vajilla de oro, más adelante desearéis cambiar vuestros vestidos actuales por otros de seda. Otro día en vez de cerdo y verduras, querréis comer lenguas de alondra y huevos de tortuga. De este modo, los caprichos, la autocomplacencia y el mal uso del poder os harán ser injusto con vuestro pueblo. Entonces, yo me rebelaré contra su majestad poniendo en evidencia sus errores, y por nada del mundo deseo ver amanecer ese día.
Dicen que el rey mandó revocar la orden dada al orfebre. Y conservó al viejo consejero a su lado hasta su muerte.

Al sabio consejero no se le pasó por alto el indicio, el síntoma. En realidad la diferencia entre pedir el rey unos nuevos palillos de marfil y jade o pedir un palacio entero de oro solo era cuantitativa pero no cualitativa. Muchas veces pensamos que una acción incorrecta “pequeña” es distinta a una acción incorrecta “grande”. La diferencia estribará en los resultados o efectos, pero no en su naturaleza: incorrecta. Si un individuo, en su pequeño entorno laboral o familiar se comporta de un modo injusto, despótico, arrogante o egoísta, sus acciones tendrán esa cualidad nociva aunque sean reducidas al afectar solo a su reducido círculo social. Si esas acciones las ejecuta un dictador y afectan a un gran número de personas, la diferencia se referiría únicamente a la mayor cantidad de víctimas de su conducta, pero la cualidad de ambas será la misma.
Afortunadamente todos disponemos de un sabio consejero como el del cuento. Antiguamente se llamaba conciencia, es decir la capacidad de darse cuenta de lo que es correcto o no, y si no es capaz en un momento determinado de discernirlo, la conciencia impulsa el deseo de saberlo, de poner los medios de conocimiento para saber lo que es correcto o no y para ello se necesitan ciertas dosis de sinceridad con uno mismo y de coraje. Pero al final, como el rey, somos soberanos y tenemos en nuestras manos la decisión de rectificar: es nuestro privilegio.
Ojalá que nunca nos falte el consejero que nos muestre el indicio antes de que sea tarde o que los costes de rectificar sean muy altos.

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