Budismo y valores (I)

Hoy la sociedad clama por la pérdida de valores y parece como si los valores se hubieran extraviado: no es así. Continúan estando donde siempre.
Lo que se pierde día a día es su práctica y podemos observar cada vez con más frecuencia que las acciones ejecutadas en coherencia a los valores éticos sencillamente no cotizan en el mercado actual.
Decía Confucio que las mejores personas son aquellas que sacan lo mejor de nosotros y nos hacen mejores y que las peores personas son las que sacan lo peor y nos hacen peores. Sabio Confucio.
Una simple mirada alrededor muestra la obstinación del sistema social en sacar lo peor de las personas básicamente a través del miedo y la hipocresía. Desde el seno de la política a la economía y desde los medios de comunicación hasta el ocio los valores están subvertidos. Dicen que es el sistema natural: el más listo se aprovecha del tonto; el más fuerte- o que tiene el arma más fuerte- abusa del débil; el que tiene poder y/o dinero lo utiliza sobre el que no lo tiene.
Pero volvamos a los valores. Repito que los valores no se han perdido, están ahí para quién desee practicarlos. Por ejemplo, los conceptos llamados paramitas– una traducción aproximada sería la de “perfecciones” o “virtudes”- del budismo.
Pero antes de pasar a ellos, debemos recordar que en el budismo habitan dos conceptos-entre otros- de enorme valor: ahimsa o no-violencia y karuna o compasión. ¿Se imaginan solo por un instante que los que tomaran las decisivas decisiones internacionales empezaran, un poco nada más, a tener presente ahimsa o que las grandes entidades financieras comenzaran a inspirarse en karuna? En todo caso eso no dependería de nosotros y sin embargo si depende nuestra conducta de cada día, porque si poco o poco -o a cada minuto- un ciudadano del mundo se sumara a ahimsa y karuna, en poco tiempo seríamos testigos de un gigantesco cambio en la sociedad. No es fácil, pero la toma de conciencia ya es positiva en sí misma. Y cada acto positivo, sea del orden que sea, siempre suma. Decía Sófocles que “la más bella obra humana es la de ser útil al prójimo”. La ventaja que tenemos es que siempre hay un “prójimo” cerca- padres, hijos, parejas, hermanos, amigos…- para ser útiles, positivos y beneficiosos para ellos y, como decía Confucio hacerlos mejores personas y que ellos nos hagan mejores personas.

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