Un hombre era el respetado custodio de un santuario levantado sobre la tumba de un venerable santo. Un día, su hijo decidió emprender con su burro un peregrinaje por el mundo visitando lugares sagrados. Al cabo de varios años, envejecido y fatigado, el burro murió, y aquel peregrino decidió enterrarlo ya que había tomado afecto al animal que lo había acompañado tanto tiempo. Una vez dada sepultura al burro, decidió que su viaje había concluido pero antes pensó que era conveniente quedarse allí a descansar una temporada.
Pero los que pasaban por el lugar, veían a un hombre de semblante noble en silencio al lado de aquella tumba y concluyeron que allí había enterrado algún santo anónimo sin duda excepcional, pues aquel al que sin duda consideraban su discípulo no se movía de allí hiciera frío o calor, lloviera o nevara. La noticia corrió por la comarca y muchos se acercaron a poner flores y ofrendas sobre la sepultura y cada vez más gente acudía al lugar mostrando gran devoción. Al poco, alguien tomo la iniciativa de edificar un santuario donde los fieles pudieran elevar plegarias e, incluso, se oyeron algunas voces que hablaban de milagros.
Nuestro peregrino, asombrado por la extraña actitud de los lugareños decidió regresar a su casa. Una vez de vuelta, narró a su padre lo acontecido con la tumba de su burro.
El padre calló un rato pero al fin dijo:
– Hijo mío, he de confesarte algo. Este santuario donde te criaste, por una sucesión de acontecimientos parecidos a los que me has contado, también fue erigido sobre la tumba de mi burro hace más de treinta años.
No todo lo que aparenta ser sagrado lo es; tampoco lo son en absoluto lugares declarados benditos y que la gente visita a millares – ahora también es común llamarlos “lugares de poder” – y asimismo muchas leyendas o tradiciones declaradas sagradas tampoco lo son. Como en el cuento, tienen muchas veces un origen casual, mundano y profano que nació de la superstición o la ignorancia cuando no de la mentira o de intereses de uno u otro signo.
Por el contrario hay lugares modestos y poco populares sí vinculados a la fuerza espiritual y hay relatos legendarios y tradiciones más desapercibidas que guardan grandes tesoros de conocimiento.
Como siempre, la capacidad de discernimiento se torna fundamental y se hace preciso evaluar los componentes culturales de las creencias así como el peso condicionante que suelen representar. Hoy día hay muchos y buenos ejemplos de lugares santos, de cualquier religión, visitados en masa por miles de personas y habitualmente convertidos en grandes mercados en los que se trafica con todo: desde los típicos recuerdos santos de patente fealdad, hasta las solicitudes de favores celestiales marcadas con pólizas en forma de votos y velas, pasando por el cumplimiento de rituales de “suerte”. Se suele argüir que la fe es la responsable de estos fenómenos.
Pobre fe. Me parece una palabra maltratada.
En el camino espiritual esa fuerza poderosa que es la fe, confianza( es decir: con fe) se muta en certeza ya que se fundamenta en la propia experiencia. Dentro del sufismo se mencionan tres etapas: conocimiento de la certeza, fuente de la certeza y verdad de la certeza. Pero dejemos por ahora a lagente de la Vía y recordemos aquellas palabras de Buda: “la verdad es aquello que produce resultados”.