Ocurre que la presencia de un Maestro vivo es, por su propia naturaleza, desestabilizante. En primer lugar porque no suelen responder a los estereotipos e imágenes idealizadas que comúnmente se tienen respecto a un Maestro; en segundo lugar porque su presencia, siempre difícil, te remite siempre a ti mismo de un modo descarnado, y en tercero lugar porque te ubica ante la cuestión de diferenciar su naturaleza humana, con toda su carga de contradicciones, de la de su función de Maestro y guía, cuestión esta ante la que el aspirante a discípulo ha de poner en juego, como mínimo, tanto su sinceridad como su libertad, puesto que la exigencia final es la impecabilidad y solo en el intento de ese logro, la relación con la figura del Maestro puede empezar a ser correcta.
Ello se debe a que un Maestro vivo lo comporta todo y justo ese “todo” es lo que cuesta asumir.
Y por último, un verdadero Maestro te hará ver que en realidad no sabes nada y esto, para muchas personas, es especialmente duro. Hay que considerar que los buscadores suelen pasar una buena parte de sus vidas precisamente acaparando tanto buen número de experiencias en distintas prácticas como de conocimientos filosóficos, psicológicos, esotéricos, etcétera, por lo que según su nivel de autocomplaciencia o de importancia personal, antes o después sacan la conclusión de que ya saben cosas y de que ya han llegado a algún sitio.
Repito, no es fácil darse cuenta de que no sabes nada y de que ni siquiera te has movido de donde estabas. Por este motivo es curioso ver como muchas personas se acercan a un Maestro pero únicamente para que este les confirme lo mucho que saben y de que efectivamente les verifique que están “avanzadas” y de este modo poder seguir con la búsqueda, evitando así el potente impacto y el compromiso del encuentro. Este tipo de persona es la que cuando escucha a un Maestro se congratula de saber ya exactamente lo que dice el Maestro y de ya estar haciendo exactamente lo que hace el Maestro. Desde luego siempre será más confortable continuar siendo un pequeño instructor de cualquier disciplina o seguir instalado en un cómodo estatus de buscador experto.
Y por esta razón siempre ha sido mucho más sencillo buscar que encontrar.
¿Y como se reconoce un Maestro?
La respuesta es que tú no lo reconoces, él te reconoce a ti.
Tú no lo eliges como Maestro, él te elige a ti.
Y además no puedes hacerlo, pues en la medida en que tú más intentes reconocerlo según las pautas mentales que cada uno tenga de su “retrato ideal de maestro”, él más evitará que lo hagas salvo que explícitamente te lo permita.
Todo sería más fácil si lucieran túnicas blancas o si con perenne sonrisa bondadosa dijeran siempre lo que cada uno quiere oír o dieran bienintencionados, cálidos y hermosos mensajes de fraternidad universal. O si hicieran milagros y prodigios extraordinarios. O nos prometieran que nosotros podremos hacerlos.
O si se comportaran como suponemos, y esperamos, que deben comportarse los Maestros.
Sin embargo no se comportan como esperamos y además no se prodigan en darle palmaditas en la espalda al ego de los discípulos. Incluso muchos esconden su condición de tales o se muestran, de modo voluntario, con conductas muy alejadas de las que se supone a un Maestro.
Sin embargo es inútil y estéril juzgarlos o intentar comprender su conducta. Cuando lo hacemos es siempre desde el ego, lo cultural, la mente no iluminada. Obviamente no se puede: ellos se mueven desde lo Real.
¿Y qué hace un Maestro? Pues dicho de un modo simple, guiarte en la Vía. Y puede hacerlo porque él lo ha hecho ya antes y la ha recorrido.
Pero la noticia es que su guía es sencillamente imprescindible. Al principio no lo sabes pero más tarde lo descubres. Es como un náufrago perdido de noche en medio del mar: no sabe adónde ir ni cómo. Lo normal es que nade sin rumbo y se agote, luego se desespere y al final muera ahogado. Sin embargo si apareciese alguien con una barca, una lámpara y que además supiera llegar hasta la orilla, el náufrago lloraría de agradecimiento y bendeciría su presencia. Ese es el Maestro, tiene la barca de la enseñanza, posee la luz de la iluminación y además sabe bien adónde ir pues él ya ha estado.
Ignoro si volverá alguna vez el tiempo en el que “encontrar” a un Maestro verdadero era para muchos una tarea de vida a la que se dedicaba tiempo y esfuerzo.
Muy interesante argumentación, pero lo cierto es que para el que se ha tirado toda su vida buscando una manera de alcanzar ese estado de iluminación, le cuesta mucho trabajo entregar el timón de su destino a alguien que a menos que se lo demuestre contundentemente no será de mucha confianza por la cantidad de farsantes o de tontos iluminados que andan por ahí en el mundo haciéndose pasar por maestros, dedicar años de vida (sobre todo cuando se tiene una edad) a lo que te pueda decir alguien (que por ser muy discreto) no parece demostrar con mucha contundencia lo que propone, es un riesgo que a la persona prudente no le gustaría tomar. Por otro lado, si un maestro es de verdad lo que dice ser, cualquier cosa que proponga ha de estar sustentada por la razón, pues no hay nada mundano o espiritual que no pueda ser procesado por la razón (que conste que hay muchos grados de razón). Además ¿Qué se puede hacer si uno no encuentra o “se cruza“ con un maestros en su vida? ¿Se queda de brazos cruzados? ¿O por el contrario toma su propio destino e intenta llevarlo a buen puerto como buenamente pueda? Últimamente pienso que “Dios” nos dejó en este mundo con todas las herramientas de serie (sin necesidad de nada externo, de lo contrario sería cruel) para poder alcanzar lo que hay que alcanzar, si es que hay algo que alcanzar y no lo tenemos ya, solo que no somos capaces de apreciarlo.
Un afectuoso saludo
Agustin
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