Quería volcar algunas ideas sobre el confuso término de maestro para intentar aclarar diversas cuestiones que sobre esta función suelen aparecer.
Un maestro lo es tanto por su makam, es decir, la “estación espiritual” que ha alcanzado y por su función. Para ejercer esa función debe haber alcanzado una estación elevada, si no la ha alcanzado no puede reconocer los pasajes y etapas por los que transitan sus discípulos y, por tanto, no puede guiarlos.
Sin embargo, hay personas que habiendo alcanzado una makam elevada no guían a nadie pues no es esa su función. Ser maestro representa una función que Dios le asigna.
Ese trabajo de maestro puede hacerse de modo explícito o discreto.
Respecto a la relación con sus discípulos hay unas señales que los identifican:
Jamás intervienen en la vida personal de sus discípulos. No son terapeutas ni consejeros. Se supone que alguien que inicia la Vía posee las suficientes capacidades para gestionar su vida de un modo suficiente. Siendo la libertad uno de los “ingredientes” imprescindibles en el recorrido de la Vía, un maestro siempre procurará el ejercicio de esa libertad. Por tanto un maestro no prescribe normas ni comportamientos. Un maestro se interesa por la vida espiritual de su discípulo, no de su vida en el mundo de la que solo espera que la viva en libertad y sin hacerse daño a sí mismo ni a los demás.
Respecto a los ingredientes mencionados son: libertad, sinceridad frente a uno mismo, inocencia y coraje, entendiendo coraje como aquella capacidad necesaria para ejercer la disciplina en el Trabajo frente a la desidia, apatía, cansancio, autocomplacencia, etc.
Asimismo desde el coraje se entienden las funciones de servicio y las de acción debida.
El Maestro Doménico nos dio esta enseñanza impagable sobre los tres ingredientes necesarios en el recorrido de la Vía: recuerdo (de Dios), intención y abandono.
Un Maestro evita siempre la emulación o imitación de sus gustos, actos, etc, por parte de sus discípulos. Esta pulsión imitativa suele estar presente muchas veces en la conducta del discípulo hasta que es capaz de distinguir entre la vida personal del maestro y su función. Esto es básico comprenderlo ya que precisamente la tarea del discípulo es realizar aquello que él es en su totalidad y deberá hacerlo partiendo de su individualidad.
Hay que decir que no tiene ningún sentido “seguir” a un maestro. Doménico lo dijo de un modo preciso: “no me sigáis pues yo no voy a ninguna parte”.
El recorrido de la Vía exige avanzar en ella desde la propia vida que cada uno va construyendo. Esa es otra característica identificativa de un maestro verdadero. Él te conminará siempre a vivir y estar integrado en tu vida pues es el auténtico y más eficaz campo de aprendizaje y nunca te pedirá salir de ella y, mucho menos, abandonarla para seguirlo a él.
Por último hay que añadir que un verdadero maestro siempre evitará y rechazará cualquier impulso devocional hacia él. Pedirá respeto, amistad, simpatía y corrección en la relación frente a él, pero jamás actitudes inmaduras de devoción o llevadas por la fantasía.
Me gusta la explicación y estoy totalmente de acuerdo que se nace para ser maestro pero tiene que hacerse.
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