VERBO Y PALABRA
Al igual que a cada ser u objeto le corresponde una imagen particular identificativa con su forma, color, volumen, etc, lo mismo ocurre con el sonido. Es decir, cada ser u objeto tiene también su propio sonido o “nombre”. Del mismo modo que hay factores de imagen identificativos generales correspondientes a los distintos reinos, por ejemplo, la forma de un pez (general), la forma de un pez concreto, un salmón (particular), la forma de un salmón individual (único), vale lo mismo para, por ejemplo, los árboles. Tenemos el general (árbol); el particular (olivo); un olivo individual (único). Esta imagen es la que nos permite diferenciar un objeto. Así distinguimos un árbol de una flor, diferenciamos un roble de un olivo, y podemos apreciar las diferencias entre un olivo y otro.
Esto mismo ocurre con el sonido. Dicho de otro modo, cada uno de nosotros, al igual que poseemos una imagen única e individual, poseemos un sonido único. Pero del mismo modo que el ojo aprecia la forma y el color (al menos hasta un límite) creando una imagen reconocible, el oído no aprecia, en su rango normal, el sonido de cada ser viviente: su nombre.
De hecho, la diferencia de lo viviente y lo no viviente está en que el segundo carece de “nombre”.
El paso del Ser a la existencia se hace a través del Verbo que “pone un sello” a cada criatura que llega a la existencia, y que por tanto es viviente, con un nombre único e irrepetible. Ese nombre es “vibración viva” ya que ha sido “pronunciada” y puesta en movimiento. Por eso se dice que “Al principio fue el Verbo”.
Y si el paso del Ser a la existencia fue a través del Verbo, que terminará haciéndose carne, el paso de la existencia al Ser es a través de la Palabra.
Por eso dijo Jesuá Ben Joseph que estuviéramos atentos a lo que sale de nuestra boca. Y ya los egipcios, en el juicio de los muertos, justificaban la vida del difunto si este había sido “justo de Voz”.