MAYA O LA ILUSIÓN
Una de las afirmaciones más sorprendentes del acervo del conocimiento del hinduismo y, más concretamente, expresado en el advaita vedanta, es que aquello que llamamos real, el mundo y sus criaturas perceptibles y mesurables y la interacción entre ellas, en realidad, no es más que una ilusión. A esta ilusión la llamaron maya y, en contraposición, afirmaron que lo Real es exclusivamente el Ser. Entiéndase como Real lo no sometido a lo fenoménico o a la impermanencia inherentes al mundo que percibimos.
Dado que nuestra mente se nutre de la elaboración de los contenidos de la memoria y de los datos adquiridos por los sentidos es, desde la mente, imposible entender este concepto pues memoria y sensorialidad son fruto de lo fenoménico y son asimismo impermanentes. Como especulación narrativa, sí podemos hacer medianamente inteligible este concepto apelando a la idea de un gran mago capaz de mantener ante nuestros ojos y resto de sentidos una prodigiosa ilusión que, inmersos en la potencia y exigencia de la actividad que despliega, no nos concede la oportunidad para alejarnos de ella independientemente de que dicha ilusión a veces se muestre como incoherente, indescifrable e, incluso contradictoria. Para esas situaciones, es la propia mente la que, al sentirse violentada ante lo que es incapaz de descifrar, apela a la fantasía y, esa fantasía, hace que maya se alimente y perpetúe. En el advaita se llama upadhi a los atributos y velos limitativos que ocultan lo Real, estos velos que ocultan son principalmente los nombres, las formas y la actividad. A su vez, la individualidad del ser humano está recubierta por cinco capas que distorsionan y dificultan el acceso a lo Real: la capa de la beatitud (se alimenta de la emotividad), la capa del aliento (se alimenta de la respiración), la capa de la mente (se alimenta de los sentidos), la capa del intelecto diferenciador (se alimenta de la memoria), la capa del cuerpo físico (se alimenta de la comida).
EL TESTIGO PERCEPTOR
Nada hay perceptible que no requiera de un perceptor, nada es mesurable si no hay nada que lo mida, no hay actividad móvil si no hay interacción, no hay tiempo si no hay movimiento. La ausencia del perceptor de un objeto con nombre, forma y acción (por tanto reconocible por mente y sentidos) hace que dicho objeto se “ausente” y, naturalmente, desaparece la interacción entre ambos. Lo percibido es tal, solo en presencia de un perceptor sobre todo si el perceptor interactúa con lo percibido. Pero si el perceptor primero se transforma en testigo únicamente, es decir, no interactúa con el objeto perceptible, podrá después tornarse en “ausente” y así es capaz de generar la “ausencia”.
Esta ausencia del perceptor, de lo percibido y del propio acto de percepción “detiene el tiempo”, entendiendo el tiempo como uno de los resultados de la actividad de maya. La suma de ambas “ausencias” y la carencia de interacción hace que se alcance de nuevo el vacío, o más precisamente, la Presencia en el vacío pues el testigo guarda la conciencia, es decir, está despierto. Y es ahí, donde se detiene la actividad de maya y aparece lo Real que se expresa como Ser y ya, por tanto, sin necesidad de percepción.
Entonces Es; lo demás, ocurre.