MEGALITISMO EGIPCIO

En los viajes a Egipto siempre les resulta a los viajeros sorprendente el hecho de encontrarse con dos estilos arquitectónicos y estéticos muy diferentes. El más común es el llamado faraónico caracterizado estilísticamente, sobre todo, por la profusión de imágenes y jeroglíficos además de reunir otras características arquitectónicas que aquí no vamos a detallar. Este estilo lo podemos ver en prácticamente todos los templos y tumbas que habitualmente se visitan. Sirvan de ejemplo los templos de Abydos, Déndera, Karnak, Luxor, Edfú, etc, las tumbas del Valle de los Reyes, las mastabas de Sakara o también las pirámides en las que se encuentran los “textos de las pirámides” como en la de Unas, por citar solo algunos lugares que habitualmente visitan los turistas. El otro, al que varios autores, por ejemplo Siliotti, han llamado como estilo megalítico es menos común pero los restos que aún se conservan impresionan al viajero. Se caracteriza por la ausencia total de decoración de cualquier tipo de imágenes o jeroglíficos y porque las piedras utilizadas suelen ser, en muchas ocasiones, aún más grandes que las usadas en el estilo faraónico. Lo podemos ver en el Oseiron de Abydos o en los templos del Valle, de la Esfinge o el funerario de Kefren en Giza. Sin embargo donde mejor se aprecia esa distinción de estilos es en la llamada Cámara del Rey de la Gran Pirámide: absolutamente desnuda de imágenes y edificada con enormes piedras.

Como sabemos, la egiptología actual- no sabemos lo que se podrá decir al respecto dentro de algunos años- nos dice que esta pirámide es la tumba del faraón Keops, de la IV dinastía, y que lo que podemos ver dentro de la cámara mencionada es su sarcófago. El viajero ve esto y, lógicamente, habiendo visitado las tumbas del Valle de los Reyes o las mastabas de Sakara, se pregunta la razón por la cual en su enterramiento no se incluyeron ningún tipo de imágenes ni textos que, como le habrá ya explicado el guía, servían para ayudar al difunto en su tránsito al más allá. Para incrementar su perplejidad, el mismo guía tal vez haya ya también explicado a los viajeros que a escasos metros de la pirámide está, por ejemplo, enterrado un hijo de Keops- mastaba de Khufukhaf- y en esta

tumba sí que se ve toda la habitual decoración funeraria y que lo mismo ocurre con otras tumbas cercanas de la IV dinastía. La visita a estas tumbas no suelen estar incluidas en los circuitos clásicos, pero es en Abydos donde se aprecia claramente ambos estilos. Por un lado la bellísima y bien conservada decoración del interior, repleta de imágenes y jeroglíficos y, apenas unos metros en el exterior, unos gigantescos bloques perfectamente ensamblados sin ningún tipo de decoración y que, a simple vista, y sin necesidad de ser ningún experto ni en arquitectura ni arte, se advierte que esta construcción es obra de otras manos. Sin embargo, el guía informará al viajero que ambas construcciones se deben al faraón Seti I de la dinastía XIX; por cierto, su tumba recientemente abierta y, posiblemente la más hermosa de Egipto, destaca por la belleza de su decoración, decoración que, no lo olvidemos, tenía una función muy precisa: la de ayudar al difunto en su viaje al más allá. ¿Por qué si las pirámides de Giza son tumbas, carecen de ningún tipo de decoración ? Sin embargo, todas las tumbas tienen un propietario y su decoración está vinculada a ese propietario, por eso está presente su nombre, su imagen, etc., es decir, están individualizadas. Por otro lado, las pirámides están ubicadas en la orilla occidental del Nilo, o sea, en el lugar de los muertos y, no cabe duda de que son monumentos, de algún modo, vinculados al “otro lado”. Ese “otro lado” podemos relacionarlo con un lugar donde las cosas terminan, pero también podemos vincularlo a un lugar donde habita lo todavía no manifestado que espera las condiciones para manifestarse en lo orgánico.

Esta idea la podemos ver reflejada en el pequeño santuario de Amón metido en la montaña tebana y que forma parte del templo de Hatshepsut, en la orilla occidental del Nilo. Este santuario está justo enfrente del santuario de Amón del templo de Karnak en la otra orilla: Amón, el invisible, pasa de un santuario a otro, pasa de la orilla occidental a la oriental y vuelve de la oriental a la oriental sucesivamente en un ciclo interminable: de los invisible a lo visible, de lo visible a lo invisible; de lo no manifestado a lo manifestado, de lo manifestado a lo no manifestado, etc… Amón en su santuario tebano está solo, en Karnak ya está acompañado de su esposa Mut y del hijo de ambos, Kons. Ya se ha manifestado a través de Mut- la diosa buitre que es “virgen”- y el fruto es su hijo Kons.

Una de las maravillas del viaje a Egipto es la posibilidad de experimentar la perplejidad. Y no, no hace falta recurrir ni a extraterrestres, ni a atlantes, ni a sacerdotes con súper poderes capaces de hacer levitar piedras gigantes. Cuando oigo todas esas teorías me ocurre lo mismo que cuando escucho a los egiptólogos explicar las incongruencias antes mencionadas: más vale cualquier explicación, por estúpida que sea, que enfrentarse al misterio que la cultura egipcia propone. Y ante este misterio, la arrogancia es un obstáculo insalvable, lo mismo que intentar darle a la mente cualquier disparatada respuesta con tal de que deje de hacerse preguntas.

Un consejo: si piensa viajar a Egipto, deje a un lado la demanda de respuestas o déjelas a un lado si cree tenerlas y, en cambio, déjese atrapar por la perplejidad y por las preguntas, pues ya sabemos que solo hay respuestas correctas si las preguntas son correctas.

© Sebastián Vázquez

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