HACE 75 AÑOS
A principios de abril de 1945 el mundo estaba asistiendo a los últimos episodios de la Segunda Guerra Mundial: el 30 de abril, Hitler, ante el avance de las tropas soviéticas, se suicidó en el bunker donde se ocultaba. El acta de la capitulación alemana se firmó el 8 de mayo.
El virus de esta guerra se llevó por delante 50 millones de vidas; antes, en la Primera Guerra Mundial, hubo un anticipo del mismo virus con otros 20 millones de muertos. Este término se lo escuché a un historiador para referirse a la locura que originó y a los efectos que produjo la Segunda Guerra Mundial.
Hemos tenido desde entonces otros muchos episodios de guerra como la de Vietnam, Afganistán, la de los Seis Días o la de los Balcanes, eso sin contar los innumerables conflictos internos y externos de muchos países o las diferentes guerras civiles. En la actualidad tenemos, entre otras, la guerra en Siria, con ya más de 300 000 muertos, o la más “olvidada” guerra del Yemen.
Este virus bélico, tiene como base las tres “i”: ideologías, intereses e irracionalidad. La suma de las tres lleva al odio y es entonces cuando este se convierte en arma de destrucción formidable capaz de propagarse sin control.
Ahora, el coronavirus nos está enfrentando a situaciones en donde se ve la acción de las distintas fuerzas que en un caso de emergencia afloran de forma muy evidente. Por un lado solidaridad, verdadero servicio, abnegación, esfuerzo, disciplina y comprensión puestas al servicio del bien común, empatía, colaboración, ayuda a los más débiles, distinción entre lo que sirve y lo que no, valoración de la familia y la amistad… Por otro lado vemos los que utilizan esta situación para seguir vendiendo su ideología, o aprovechándola para sacar mayores beneficios económicos, o para proteger sus intereses y privilegios y no perderlos, o para incrementar su poder, o para seguir manipulando o sembrando falsedad, división y odio.
El coronavirus nos va, poco a poco, mostrando donde se posiciona cada gobierno, cada líder, cada institución, cada ideología, cada partido, cada empresa, cada colectivo, cada familia y, a su vez, nos pide posicionarnos a nosotros mismos. Es un buen momento para abrir bien los ojos y poner los pies en la realidad y ojalá nos pueda ayudar a ser capaces de distinguir a partir de ahora con mayor criterio y elegir mejor lo que sí y lo que no.
El coronavirus ha tocado la puerta de nuestro mundo y ha generado una crisis cuyas consecuencias no son fáciles de prever. Algo inesperado nos ha llegado justo al ámbito de la salud; un área de la vida que nos exige a todos la máxima atención y que, de un modo natural, nos permite, e incluso nos fuerza, a recordar donde está la frontera entre lo fundamental y lo accesorio, entre lo que merece la pena y lo que no. La enfermedad “obliga” a poner los pies en el suelo, nos obliga y enseña a priorizar, nos obliga a reaccionar. Digo esto porque en lo que se refiere al campo de la salud, “otras” enfermedades siguen ahí, aunque lejos de nuestro primer mundo; el año pasado, por ejemplo, la malaria dejó 700 000 muertos, la mayoría niños de países del tercer mundo. Cada año hay entre 250 y 400 millones de personas que sufren de malaria y en la actualidad todavía no hay una vacuna para esta enfermedad. Sin embargo, esas “otras enfermedades” no nos conciernen, no han tocado a nuestra puerta. No nos han obligado a reaccionar.
Me viene a la memoria aquella fábula en la que una gallina le dice a su compañero de granja, el cerdo, que los han invitado a ambos a desayunar en la casa de sus amos. El dice que no irá, pero ella está entusiasmada por acudir a la invitación y le pregunta la razón por la que él no quiere acudir. El cerdo contesta: “el desayuno será huevos con bacón y chorizo; tú solo estás involucrada pero a mí me afecta muy directamente”. Ojalá este virus, que ya nos está afectando en muchos niveles a nuestra sociedad del primer mundo, pueda convertirse en una “crisis” auténtica, es decir, que nos obligue y ayude a reaccionar.
La palabra crisis viene de la misma palabra griega crisis proveniente, a su vez, de un verbo que significa “ separar y decidir”, de este mismo verbo (krinein) viene también las palabras “crítica” y “criterio”. Si separamos y decidimos con criterio y con crítica hacia lo que se ha hecho mal, esta crisis nos podrá ayudar a encontrar caminos nuevos hacia unos mejores tiempos. Este es el desafío que tenemos por delante.