DISTINGUIR ENTRE DOLOR Y SUFRIMIENTO
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.
BUDA
Respuesta para A.
El dolor es inherente a la vida orgánica y forma parte de ella pues pertenece a un código de aviso de cuando algo “no va bien” en lo orgánico. Desde el dolor de un cólico o de muelas o hasta cuando nos damos un golpe, el sistema nervioso nos manda la señal de “atentos”. La característica principal es que es detectable – sabemos dónde nos duele- , es de naturaleza orgánica y pertenece al presente. También tiene una virtud: el dolor no negocia. No hay dudas, sabemos si nos duele y cuanto nos duele; no en el pasado o en el futuro, sino en el presente, nos pone los pies en la realidad del aquí y ahora. Hay dolor o no lo hay y, si lo hay, cuanto hay, y si hay más o menos que antes. No es abstracto y “está o no está”, además es cuantificable y solicita nuestra atención. Por eso todos sabemos el “antes y después de un dolor”. Tienes dolor, un médico te da algo para curarte y luego no tienes dolor… o continúas con él. Esa es la única verdad que al final se tiene: el resultado. Por eso a alguien con dolor le da igual lo que le dé el médico, posiblemente ni sepa lo que es, pero si sabrá el resultado: sigue el dolor o no sigue; ha mermado el dolor o no ha mermado. También dijo Buda que: “La verdad es aquello que produce resultados”. Por así decirlo, el dolor te sitúa ante la “verdad de lo que es” y te pone los pies en el presente y te demanda con exigencia la necesidad de actuar, además, toda la energía se concentra en el punto de la demanda de atención y, a más dolor, más atención solicita.
El sufrimiento es otra cosa ya que habita en la mente y puede estar asociado a un dolor- a veces- pero otras veces, no. Buda dedicó su vida precisamente a comprender por qué sufrían las personas. Él dijo que el sufrimiento tiene tres orígenes: el deseo, la aversión, la ignorancia.
Pero el deseo y la aversión, en realidad, son los principales motores que mueven a la acción a la mayoría de las personas: esto me gusta y esto no me gusta; esto es lo que hay que ( o se debe) hacer y esto es lo que no hay que (o no se debe) hacer; esto es lo que quiero hacer y esto otro es lo que no quiero hacer. Y si el resultado o lo que nos ofrece la realidad de la vida no se ajusta a nuestros deseos y aversiones, aparece la frustración; la frustración se va convirtiendo en rabia; la rabia en ira o tristeza- o en ambas- y, por fin, aparece el sufrimiento: un recorrido conocido y reconocible. Y ahora a esto añadimos la ignorancia, bien la general, es decir, ese desconocimiento colectivo del ser humano sobre la “realidad” de la vida que está detrás de lo fenoménico y aparente y que por tanto interpretamos a partir de esa ignorancia, y la ignorancia individual de cada uno nacida de sus particulares creencias y, por cierto, a poco que uno examine sus creencias- al final hay en todas las religiones y filosofías muchas premisas comunes- observará que en la mayoría de ellas la frustración espera siempre a la vuelta de la esquina. Ya sabemos: pecados, culpas, karmas, falsas expectativas espirituales, caminos que no llevan a ningún lado…
Es como ese niño que pide a los Reyes Magos un coche eléctrico y resulta que le traen una peonza y un jersey de lana que pica, además el niño no sabe que los Reyes no existen y que sus papás no tenían dinero para gastar en el coche eléctrico sobre el que ya se habían informado que solo funcionaba una semana antes de romperse. El resultado es el de un niño decepcionado, triste y con rabia: decepción porque no sabe bailar la peonza, frustración ante el deseo no logrado del coche. rechazo al jersey que pica e ignorancia infantil sobre los Reyes, los padres, el valor del dinero o el porqué de la existencia de vistosos coches eléctricos caros y que no funcionan.
Buda nos habló también del apego. Deseo sí, aversión también, creencias, nos valen también si son medianamente sanas; todo esto es natural en el ser humano pero es mucho mejor si no hay ningún tipo de apegos ni hacia los deseos, ni a las aversiones, ni a las creencias. Ligeros se va más rápido y más cómodos. Mejor es ir con deseos, aversiones y creencias provisionales para que cuando haya que dejarlos fuera del equipaje de la mente no cueste tanto hacerlo; así además se deja espacio para que la mente se expanda y se reinicie para comenzar actividades nuevas. Y no, no se trata de poderes de ningún tipo ni de nada complicado, muy al contrario.
Repetimos la afirmación de Buda de que el sufrimiento habita en la mente; como aversión, sobre todo habita en el pasado, el sufrimiento se instala en la mente con la consigna de que no se olvide como prevención ante la posibilidad de que lo que rechazamos en su momento no aparezca de nuevo; y como deseo no realizado, habita en el futuro a la espera de que ocurra.
En ambos casos, se nutren del miedo: el miedo a que ese pasado no se repita; el miedo a que ese futuro deseado no se cumpla.
Por último, es evidente que hay dolores no orgánicos, sobre todo los que se refieren a pérdidas que pueden ir desde un fallecimiento o hasta el fin de una relación. En realidad si se pueden definir casi como orgánicos, pues en cualquier relación humana larga e intensa se produce un intercambio energético cuya rotura, sobre todo si es inesperada, provoca la necesidad de una reconstrucción energética a veces difícil de hacer. Y justo aquí es donde la sentencia de Buda del principio, se hace más necesaria de comprender, pues si hay dolor verdadero, no es necesario agravarlo con el sufrimiento. El consejo de la sabiduría tradicional es empezar a distinguir ambos y la mejor forma es conocer su origen.
Gracias.
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Siempre acertado en tus escritos Sebastián. Como sabes, Patanjali expresó de manera concisa y profunda este tema del «sufrimiento» en sus Yogasutras: «Heyam Duhkham Anagatam, evita el sufrimiento que aún no ha llegado», dice uno de sus aforismos. Un sufrimiento que ya ha sido sembrado y solo espera el tiempo de fructificar. Y esta semilla que son las aflicciones conocidas como ego, deseo, aversión y apego/miedo tienen su fundamento en la Ignorancia de Uno Mismo, en la perdida de consciencia del Ser que somos. Esta Ignorancia perturba la percepción y el discernimiento, llevándonos a confundir lo ilusorio como real. Y cuando la vida se vive desde ahí, desde la identificación con las aflicciones, el sufrimiento está garantizado.
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