HATHOR Y EL DISFRUTE
En el antiguo Egipto la neteret Hathor era la señora de la sensorialidad, la belleza, la música, la danza, los perfumes… también la señora de la nutrición y de los cielos.
Sin embargo, en determinadas culturas y religiones ya dogmatizadas, el disfrute de la sensorialidad quedó estigmatizado. Incluso en algunas se sustituyó por el autocastigo, la culpa e incluso se proclamó un expreso rechazo al disfrute.
Esto se debe a que la sensorialidad y el disfrute pueden ser, en efecto, una puerta a los lugares oscuros de la naturaleza humana, especialmente cuando a esa sensorialidad se la hurta la belleza y se la separa de la inocencia primordial propia del cuerpo. Cuando esa puerta se traspasa es cuando el individuo sufre el daño ocasionado por violentar la inocencia. Como sabemos, esos lugares oscuros habitan siempre en la mente menor y son fruto de los propios contenidos individuales de la mente.
Pero a su vez, la sensorialidad, el contacto con la belleza y su fruto (disfrutar significa sacar la fruta ) es también puerta de acceso o, más bien, de retorno al paraíso, un paraíso siempre vinculado a la inocencia.
Es por eso que la belleza, nefer, era tan importante en Egipto y en el mundo clásico. Eso se debe a que su presencia o ausencia es una pista extremadamente útil para distinguir lo que lleva asociado un fruto nutriente o no lo lleva. Recordemos que Jesús maldijo a la higuera por que no daba fruto. Cualquier persona involucrada sinceramente en el camino de su crecimiento interior debe de aprender a diferenciar la higuera que da fruto de la que no lo da. Y junto a la belleza siempre hay un fruto.
Todo lo que lleva fruto el bien procura; lo demás es estéril y carente de vida. Y el fruto procura nutrición y, por tanto, crecimiento. Lo que no nutre ni hace crecer pertenece a Set, el estéril que mata a su hermano Osiris y luego lo trocea. Había en Egipto una hierogamia entre Hathor y Horus. La belleza, el disfrute y la nutrición de Hathor son las que conducen hasta Horus, hasta la luz, esta vez, concebida la luz como un fruto.
Por tanto no nos olvidemos de disfrutar, de sacar el fruto y nutrirnos de él, de hacernos bellos a través de la belleza, de cultivar la inocencia y practicar el bien. Entonces aparece la luz.