PLOTINO, EL ESOTEROS Y EL NEOPLATONISMO

PLOTINO, EL ESOTEROS Y EL NEOPLATONISMO

En una entrada anterior mencioné a Plotino ( s. III, d. C), egipcio de nacimiento pero de educación y cultura helénica. Está considerado el máximo representante del neoplatonismo y el que más claro expone la idea del Uno, una idea que influirá enormemente el desarrollo posterior de muchas corrientes de pensamiento incluida la cristiana, la judía y la islámica. Las ideas de Plotino, que en realidad es un continuador de una filosofía muy antigua, toman forma tanto en el hermetismo alejandrino antiguo como en el hermetismo del Renacimiento. También se percibe su influencia en la Cábala y en gran parte de las enseñanzas de esoterismo europeo de corte cristiano.

A su vez aborda también el concepto de alma tomando indudables referencias aristotélicas, pero con aportaciones de ese neoplatonismo en el que está muy presente el esoteros pitagórico pero también muchos conceptos de la cosmogonía egipcia sobre todo de la heliopolitana. Se conservan de Plotino la Enéadas, seis textos de nueve tratados cada uno en los que expone su pensamiento. Fueron recopiladas por su discípulo Porfirio y estos textos son dados a conocer sobre todo a través de San Agustín.

La influencia del esoteros, tanto pitagórico como egipcio, posiblemente se deba a las enseñanzas de su maestro, el enigmático Amonio Saccas, el filósofo alejandrino para muchos el verdadero fundador de la filosofía neoplatónica. Se sabe poco de él, salvo que no escribió nunca, que su enseñanza era estrictamente oral y que pedía a sus discípulos secreto. Orígenes, que recordémoslo es un pilar fundamental en el pensamiento cristiano, acudió a su escuela.

Este sería un resumen de las ideas principales de Plotino.

Hay que explicar que antes de la dinámica y “acto” de la creación, ese Uno vivía en un estado de calma inexpresiva absoluta siendo suficiente y perfecto en sí mismo y sin ninguna alteración. Pero por algún motivo misterioso, ese Uno “despierta” como un acto de amor frente a sí mismo en el que se contempla como en un espejo. A partir de ahí se producen las “emanaciones” ( para los pitagóricos esas emanaciones eran matemáticas, de ahí los números que, en realidad, son solo nueve, ya que el diez, la tetraktys de Pitágoras, es la perfección del nueve que retorna de nuevo al uno).

Toda emanación, es susceptible de volver a su origen, de retornar al Uno. Toda emanación según se aleja del Uno pierde su perfección y su memoria.

El Uno, despertándose a través de la toma de conciencia de sí mismo ( idea que comparte la doctrina de la creación heliopolitana en donde se dice que Atum inicia la creación tomando conciencia de sí mismo), para contemplarse crea una imagen de sí. Esa imagen ya pierde parte del Todo que caracteriza al Uno y ya no es perfecta.

Esta imagen, llamada nous, es dual y se expresa como Inteligencia y Espíritu, que ya alejadas del Uno, no comparten completamente ni su perfección ni su totalidad.

Ese Espíritu e Inteligencia (contenido y continente) crean el Alma Universal que es la fuente de la que nacen todas las almas individuales que siendo producto de esa emanación del Uno, serían como diferentes aspectos de esa unidad que, por distancia y lejanía de su fuente no tienen memoria de su origen ni conservan su perfección. Por tanto tenemos una estructura trina que emana del Uno: Espíritu, Inteligencia y Alma Universal.

Las almas utilizan un “vehículo” para acceder a la materia y es justo ese vehículo el que, también por descendimiento, se convierte en materia. Esta es la razón de la triplicidad del alma: una corpórea (convertida en carne y sangre que ignora su origen); otra mediadora ( la que ha provocado el descendimiento y que provocará la ascensión) y otra la que ha emanado del Alma Universal y que guarda un grado de pureza y de memoria de su origen.

Sin embargo, en esa triplicidad que somos, están presentes el Espíritu, la Inteligencia y el Alma Universal. La Naturaleza entendida como conjunto de todo lo Creado (incluido el ser humano) es a su vez un espejo del Alma Universal que contiene, esta vez de forma unificada, toda la Creación que percibimos fragmentada en diversas formas ( plantas, animales, etc…) así mismo nosotros formamos parte de esa fragmentación cuya unicidad, lo Creado, es a su vez imagen de ese Uno.

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