CONOCER Y «CONOCER»

CONOCER Y CONOCER

Para tratar de explicar el conocimiento podemos referirnos a la diferencia que hay entre el momento en el que alguien le presentó a un muchacho a su novia y la “conoció” y el momento en el que la “conoció” teniendo sexo con ella. Esta segunda acepción del término ya se usaba en la Biblia en donde leíamos que tal hombre “conoció” a tal mujer y se refería a que habían tenido relaciones sexuales. Ese primer conocimiento es el mental, habitualmente prestado, pero que no lo es como tal, si bien sí puede convertirse en conocimiento real si se realiza.

El conocimiento solo se produce si te encuentras con el objeto de conocimiento del modo correcto. Es decir, entendiendo y respetando la forma de acceso a ese conocimiento particular según su propia naturaleza. Si alguien ha estado en Roma sabe más de Roma que otro que se haya leído varias guías turísticas pero que nunca haya estado en Roma. No es fácil de explicar lo que es visitar Santa María Maggiore, por poner un ejemplo: o se ha estado allí o no se ha estado.

Naturalmente, el acceso a Roma se consigue moviéndose y llegando hasta allí, no quedándose en casa leyendo libros sobre Roma. El que quiera conocer Roma, tiene que ir al encuentro de Roma.

El conocimiento es como el amor, solo se produce si hay encuentro.

Lo mismo vale para el resto de formas de conocer. Solo conoces una comida si la pruebas; solo conoces una melodía si la escuchas; solo conoces un perfume si lo hueles. No se puede explicar el sabor de una naranja, ni cómo huele el loto ni como suena el Requiem de Mozart.  Es por esto que cierto conocimiento no es transmitible, es por su propia naturaleza inexplicable y todo intento de transmisión es siempre pobre y limitado.

Por eso también toda acción positiva consiste en ir poco a poco  acercándose o permitiendo que te acerquen al objeto de conocimiento provocando las condiciones para que el encuentro se produzca. Si alguien quiere saber qué es una naranja, es más útil acercar a esa persona a una frutería para que pueda probar una naranja que tenerlo en una habitación leyendo libros sobre cítricos y sin que tenga una naranja accesible en kilómetros a la redonda. Es mejor que alguien primero pruebe la naranja y luego explicarle todo lo habido y por haber sobre esta fruta.

Los sufís cuentan el proceso de una persona que no conoce el mar y se va a su encuentro:

1. Alguien le habla del mar y lo cree. La fe.

2. Pregunta en qué dirección está el mar. La intención.

 3. Se pone en camino rumbo al mar. La acción.

 4. El viaje es largo y tiene paciencia cuando se cansa o se pierde. La paciencia.

5. Ya  cerca del mar lo escucha y lo huele pero aún no lo ve. La esperanza.

 6. Llega a la orilla del mar, lo ve y se moja los pies. La gratitud.

 7. Se sumerge en él. Por fin, lo conoce. El abandono.

Es por eso que el conocimiento se asocia a la “penetración”, a “entrar” en aquello que es susceptible de ser conocido.

He mencionado el ejemplo de “estar en Roma” y lo he usado para aludir al término sufí de makam o “estación espiritual”. Según el sufismo en el proceso de crecimiento espiritual se pasan por distintas estaciones a modo de peldaños o etapas durante el recorrido. Solo cuando se “está” en una etapa se tiene acceso al conocimiento asociado a esa etapa, es decir, solo al llegar a Roma se puede tener acceso al conocimiento real de Roma.

En toda tradición espiritual se aconseja que es mejor no tener ningún conocimiento que tener un falso conocimiento. Alguien que va rumbo a Roma pensando que está viajando a París no alcanzará más que confusión y ni conocerá Roma ni París. No entenderá nada del Coliseo si se pone a buscar Notre Dame y no disfrutará de la piza ni del café expreso si su ilusión está en el champán y en el queso francés.

Es por esto que un “guía de viaje” se torna imprescindible. Un guía que ha estado antes en París y en Roma, que conoce cada lugar y lo que es propio de cada sitio. Esa es una de las funciones del maestro, otra de ellas es la de acercarte a la frutería en vez de a los libros de cítricos.

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