MEDITACIÓN Y ORACIÓN

MEDITACIÓN

¿Qué diferencias hay entre meditación y oración?

Efectivamente hay diferencias sustanciales entre meditación y oración. La primera es una herramienta que se centra en el autoconocimiento del individuo y más exactamente en lo que respecta a su mente. Veamos los objetivos de la meditación:

Conocer los contenidos de la propia mente en el entendimiento de que esos contenidos son la base de los pensamientos y la conducta. Esos contenidos han ido introduciéndose en la mente a lo largo de la vida por la educación, entornos sociales, creencias elegidas, etc. Unos habitan incrustados en las capas más profundas, otros habitan en capas más superficiales y asequibles. Un paso importante resulta de descubrir aquellos contenidos mentales que son nocivos y dañan a uno mismo y a los demás.

Conocer los mecanismos de funcionamiento de la mente en el entendimiento de que esos mecanismos, por defecto, funcionan por reactividad, de modo inercial y automático y sin, o muy poca, intervención de la consciencia. La otra forma de funcionamiento de la mente, por defecto también, se basa en que por su diseño siempre trata de encontrar su mejor confort y seguridad e intenta hacer los menores cambios posibles respecto a lo que tiene ya instalado.  

Acallar  la mente sobre todo en lo referido al “parloteo mental o pensamiento volátil” que se produce por la continua actividad mental sobre todo cuando está excitada. Ese parloteo mental puede interiorizarse y no salir al exterior o exteriorizarse cuando se verbaliza y se emiten juicios, opiniones, relatos de todo tipo…

Calmar la mente en cuanto se refiere a rebajar el estado de excitación mental y reducir la frecuencia e intensidad de su reactividad. Esta reactividad se refiere a inercias ya instaladas que actúan de modo automático al margen de la consciencia. Hay que entender que cuanto más excitada está la mente, salvo en ocasiones excepcionales, peor trabaja, es menos eficiente y más desconectada está de la inteligencia.

-Ser capaz de direccionar la mente hacia lo “alto” con el fin de clarificarla, liberarla y dirigirla cada vez con más frecuencia a pensamientos más elevados y que se asocie a la inteligencia. Se debe entender como inteligencia la función que facilita la capacidad de acceso a la percepción, lectura y acción en el mundo del modo más sencillo, rápido, eficiente y con menos costes energéticos. Esto se logra precisamente reduciendo el parloteo mental y sus contenidos nocivos, la excitación y la reactividad consecuente.

 Un logro de la meditación es lo que en Oriente se llama la experiencia de shamadi, un estado de calma perfecta asociado a una sensación de beatitud. En este estado, que puede ser más menos o intenso y duradero, la mente no actúa ya como un velo distorsionador de la Realidad y aparece la distinción de aquello que es meramente fenoménico e intrascendente e irrelevante respecto al Ser.  

Es obvio que estos logros hay que intentar aplicarlos en la vida cotidiana, de nada vale alcanzar un estado satisfactorio durante una hora de práctica de meditación si al volver de ese estado todo sigue igual y la mente se mantiene sin modificaciones relevantes. Toda meditación tiene como fin alcanzar el estado meditativo durante el mayor tiempo posible en la vida cotidiana, inmerso en esa cotidianidad y realizando todas las actividades comunes y necesarias.

A este hecho se refiere uno de los yoga mayores, el karma yoga o yoga de la acción. En este yoga, es la acción- desde la más cotidiana hasta la menos frecuente- el medio conductor al estado meditativo. Unas formas de aprendizaje fáciles para empezar eran la práctica de un ejercicio simple como caminar o la concentración en sencillos trabajos manuales que una persona podía realizar sola lo cual facilitaba introducirse  en un estado meditativo deteniendo la excitación y el parloteo mental. Una vez entrenado en este paso se pasaba al intento de alcanzar el estado meditativo en cualquier otra actividad en la que ya estuviera presente “el otro”. A partir de este punto, la práctica de karma yoga llevaba aparejado el propósito de discernir “cuanto ego” intervenía en las decisiones y actos cotidianos, es decir si eran meramente reactivos y sin consciencia o si esa acción nacía de un pensamiento más alineado con la inteligencia inherente a la vida. A su vez, se experimentaba el modo y manera en el que el “otro” significaba un elemento modificador  de la conducta y si esa modificación era positiva, neutra o negativa. Otra estrategia básica consistía en eliminar del entorno las fuentes de excitación mental, especialmente las que exacerban, y a su vez buscar entornos y contextos que ayudasen a calmarla.

Lo anteriormente mencionado fue asumido e integrado principalmente por el sufismo. Un sufí debía permanecer en el mundo inmerso en sus actividades. Así se dejaba atrás la idea de permanecer aislado del mundo para alcanzar ese posible shamadi. Por explicarlo de algún modo el shamadi de la meditación en soledad practicada por el ermitaño o el monje, utiliza su naturaleza como “ingrediente”, el shamadi del que vive en el mundo, utiliza sus propios ingredientes, incluida su naturaleza, a los que suma los del mundo que le son útiles.

Para abordar esta mayor dificultad se incorporó al trabajo espiritual operativo la herramienta de la oración que, además de  proveer los beneficios de la meditación, abría la enorme posibilidad de alcanzar la cercanía a Dios.

La próxima entrada estará dedicada a la oración.

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