No son muchas las formas de sabiduría profunda que la humanidad ha conocido, pero una de ellas es sin duda el taoísmo. Este tipo de pensamiento y su enseñanza se caracterizan por la dificultad de su clasificación dentro de los esquemas filosóficos y religiosos y también por la propia dificultad a la hora de intelectualizarlo. Y justo ahí reside su potencia y su naturaleza: el tao es inaprensible por su condición de fluir constante e, intelectualmente, es también difícilmente abordable pues uno de sus pilares principales es la paradoja.
Toma su nombre de un libro, el famoso Tao te ching atribuido a un personaje posiblemente legendario, Lao Tsé, y está datado sobre el siglo VI a.d.C. Se cuenta que Confucio se encontró con Lao Tsé y que después de la entrevista entre ambos, Confucio declaró que “era alguien a quien no se le podía atrapar”. Y ese es el Tao, el misterioso Tao que es y no es, que está y no está, que hace y no hace, y que cuando parece que se puede atrapar, desaparece. Que además es camino y es principio y fin del camino; que se mueve en el tiempo y fuera del tiempo y que, sin embargo, permanece inmóvil. Que afecta y no es afectado, que es, sobre todo, armonía. Tao es lo grande inconmensurable y lo pequeño en su simplicidad primordial.
Tao es origen, causa y efecto, y el recorrido entre causa y efecto. También es la causa sin causa que no produce efecto y el efecto libre de causa. Es todo lo que se mueve y lo que permanece inmóvil. Que es suave y ahí radica su potencia para vencer a lo duro.
En el taoísmo, lo duro no sirve contra lo duro, en una confrontación solo vencería la mayor dureza después del enfrentamiento, es decir, solo habría una diferencia cuantitativa; pero lo suave vence lo duro, el agua siempre encuentra la grieta por donde penetrar, la diferencia es entonces cualitativa. Este es el principio de las artes marciales concebidas como el arte de utilizar como un arma propia las fuerzas que te agreden.
El Tao te ching comienza: “El tao del que se puede hablar no es el tao verdadero”. Tao, se pronuncia “dao”, y significa camino; te, significa virtud, y ching, significa libro.
También dice: “Aprender consiste en acumular conocimiento día a día; la práctica del Tao consiste en reducirlo día a día. Reduce y reduce hasta alcanzar el estado de no-hacer; no hagas y sin embargo nada queda sin hacer. Para ganar el mundo renuncia a él, si tienes todavía intereses personales que servir, no serás capaz de ganar el mundo”.
Y también: “Los antiguos practicantes del Tao eran sutiles y flexibles, profundos y globales…prudentes y corteses como un invitado; transitorios como el hielo a punto de fundirse; simples como la madera no esculpida; profundos como una cueva; confusos como una ciénaga”.
Del siglo XVIII es la referencia del último maestro del Tao que se conoce, Liu I Ming, que se iluminó después de sus encuentros con varios maestros, uno de ellos al que llama “el verdadero ser humano”, otro “el anciano del Rango de los Inmortales”, y que nos dejó sus reflexiones y meditaciones en torno al taoísmo en su obra Despertar al Tao en donde muestra que el Tao es, por decirlo de algún modo, lo propio de la naturaleza humana y de la vida.
Si hay algo que define la vida es el movimiento, el agua del río que fluye es la misma, pero a la vez a cada segundo ese agua es distinta a la anterior que, en esencia es la misma, pero en manifestación de lugar y tiempo, no lo es. En el ser humano ocurre lo mismo: nos movemos en el tiempo y el tiempo se mueve en nosotros; el segundo de ahora no es el mismo que fue ni que será; y cada movimiento tiene su propio fluir. Si algo caracteriza al ser humano es el fluir y el paso de unos estados a otros estados: paso de estado de paz al de conflicto y viceversa; paso de estado de bienestar al de malestar y viceversa; paso del estado de salud al de enfermedad y viceversa; paso del estado de deseo al de rechazo y viceversa… Solo el ser es inmutable, entonces es Tao.
Tao es la esencia del agua, es el origen y fin del agua, es la corporeidad del agua, es la función del agua, es el agua que ya ha sido, la que será, la que es, y es cada parte y su conjunto, y es el propio movimiento que fluye y hace que una cosa conduzca a otra. Es la gota a gota que taladra después de mil años; es la ola gigantesca que nada la detiene y arrasa en un instante.
En esa comprensión de fluir con la existencia descansaba la sabiduría del taoísmo; la “gran corriente del Tao” se encarga, en su sabiduría original, de que las cosas ocurran. Es el Tao que hace sin hacer, de ello se encarga la dinámica inercial en armonía con las leyes. Dice el Tao te ching “ el sabio maneja sus asuntos sin actuar”: efectivamente nos encontramos con el famoso “no-hacer” del taoísmo; por decirlo de algún modo esos sabios dejaban que fuera el Tao el que se “encargara” y, no solo eso, sino que procuraban “apartarse” para que actuase el Tao; también había un matiz de comprensión: el tao no solo se encarga de mí; se encarga de mí en relación con el todo; un todo que el Tao es y que contempla, algo que el ser humano en su limitación, no puede hacer: solo ve lo que le concierne.
Volviendo a Li I Ming, este encontró a sus maestros después de que fuera curado por uno de ellos de una enfermedad que lo aquejaba. La propia medicina china tradicional tiene muchos elementos taoístas y uno de ellos tiene que ver con la relación entre fluir y estar sano. Lo que no fluye se densifica y, sobre todo, interrumpe el paso de lo que sí fluye; por eso en medicina china un tumor es el resultado de una densificación que se acumula; en esta medicina su terapia principal consiste en que la energía vuelva a fluir por donde estaba bloqueada.
Para el taoísmo, la energía de la mente también puede quedar bloqueada y generar pensamientos negativos y de sufrimiento, es por ello que la mente al igual que el cuerpo, necesita ser renovada. Cuando el budismo llega a China, se funde con el taoísmo y nace de ello el budismo chan, toma relevancia el concepto de vacío y de “mente vacía”. Esta disciplina de “vaciar la mente” luego se extendió cuando el budismo chan llegó a Japón y se transformó en el budismo zen que tomó esta práctica como básica.
Como sabemos la primera fase de “vaciado de mente” se centra en no identificarse con los propios pensamientos ni creencias, ni al fruto de dichos pensamientos y creencias, sobre todo si esas creencias afectan a la conducta y no están en armonía con la vida y afectan a la propia vida. Para un testigo de Jehová sus creencias sobre las transfusiones de sangre pueden costarle la muerte: la misma vida a cambio de unas creencias.
Para que ello no ocurriese se utilizaba el propio lenguaje: se pasaba de lo absoluto a lo relativo. Nadie diría pues: “yo soy budista” (algo absoluto), si no “yo estoy ahora en estado de budista” (algo relativo y con temporalidad que permite la modificación del estado). En la primera afirmación “yo soy budista” se produce una atadura mental con algo exclusivamente contingente y que no se modifica y por tanto genera una densificación. “Yo estoy ahora en estado de budista” implica la posibilidad de modificación, de hecho, lleva en sí mismo la naturaleza de la vida que es la del cambio constante, cíclico y evolutivo de un estado a otro. Para que el agua fluya ha sido necesario que cambie de estado: desde la nube bajará y tomará forma corpórea; desde la forma corpórea se elevará a la nube con el calor o se densificará más con el frio. No hay evolución sin cambio de estado.
Como todo aquello que procura un bien superior y si además no produce la satisfacción como recompensa inmediata, tanto el fluir como el no-hacer son difíciles de comprender y más aún de llevar a la práctica. Nuestra sociedad actual se basa en el “hacer” con todos sus ingredientes asociados: tesón, objetivo a lograr cueste lo que cueste, determinación, esfuerzo …; sin embargo un maestro taoísta ante alguien que le mostrara un resultado escaso después de un enorme esfuerzo, le preguntaría a su interlocutor si todo ese esfuerzo había sido “correcto”, pues si hubiese sido un esfuerzo incorrecto obviamente no podría producir ningún resultado; si esa persona le hubiese preguntado sobre el esfuerzo correcto, este le habría respondido sobre el origen de ese esfuerzo, si provenía del fluir y en armonía con el Tao, o si venía de otra fuente desprovista de energía. Donde está el Tao está la energía que mana inagotable.
Efectivamente, el fluir está donde está la energía, está donde está la armonía, está donde está la suavidad y la ligereza: en donde está la sonrisa.
En donde estuvo presente y aún hoy está el taoísmo, el budismo chan y el budismo zen, es muy popular la figura del “buda feliz” también llamado “el que lleva el saco de ropa vieja” que nos habla de un monje errante de nombre Hotei o Budai, obeso, benevolente, que ayuda a mujeres y niños y de perenne sonrisa hoy identificado en muchos países de Oriente con la alegría, la abundancia y la felicidad: de ahí viene la costumbre de frotar su barriga en las distintas estatuas que lo representan para atraer la fortuna pues él es portador de la buena suerte. La imagen de este “buda gordo y sonriente” ya incluso nos es familiar en Occidente. En otros términos, representa al iluminado, al que fluye en y con el tao y nada le falta; también es el guardián de los niños y los débiles.
Para finalizar, vuelvo al Despertar al Tao con un mensaje potente y claro del maestro taoísta, dice el texto: “Si eres lo suficientemente sabio como para ponerte bajo la guía de maestros iluminados, asociarte con buenos compañeros, concentrarte de modo sincero en la clarificación de la verdad, utilizar su conocimiento para superar tu ignorancia y utilizar su visión superior para ampliar tus ignorantes puntos de vista, entonces, aunque seas un ignorante, te iluminarás, y aunque seas débil, te fortalecerás; no habrá entonces ninguna razón por la que no puedas convertirte en un ser inmortal espiritual y en un buda”.